Fuentes literarias: Oriente


Sobre Tarsis:
"Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones, y los soberanos de Seba y de Saba la pagaran tributo" Salmos, 72, 10.

"Los de Tarsis traficaban contigo en gran abundancia de productos de toda suerte; en plata, hierro, estaño y plomo te pagaban tus mercancías" Ezequiel, 27, 12.

"Yo les daré una señal, y mandaré sobrevivientes de ellos a Tarsis, a las naciones de Put, de Lud, de Mosoc, de Ros, de Tubal y de Yaván, de las islas lejanas que no han oído nunca mi nombre y no han visto mi gloria..." Isaías, 66, 19.

"Pero Jonás se levantó para huir de la presencia de Yavé a Tarsis, y bajó a Jope, donde halló un navío que se dirigía a Tarsis. Pagado el pasaje, embarcó en él para marchar con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yavé" Jonás, 1, 3.

"No había nada de plata, no se hacía caso alguno de esta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram, y cada tres años llegaban las naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales" 1 Reyes, 10, 21-22.

"Josafat construyó naves de Tarsis para ir a Ofir en busca de oro; pero no fue- ron porque las naves se destrozaron en Asiongaber" 1 Reyes, 22, 49.

"Gemid naves de Tarsis; vuestro puerto está destruido", Isaías, 23, 1.

"Las naves de Tarsis eran las caravanas que traían tus mercancías", Ezequiel, 27, 25.

"... contra toda encumbrada torre, contra toda muralla fortificada, contra todas las naves de Tarsis y contra los navíos de mercancías preciosas", Isaías, 2, 15-16.

"...plata laminada venida de Tarsis", Jeremías, 10, 9.


Hiram de Tiro y Salomón:
“Hiram, rey de Tiro, al llegar a sus oídos que Salomón había heredado el trono de su padre, se alegró extraordinariamente, ya que había sido amigo de David, y a través de embajadores que envió a él lo saludó y se congratuló por su presente bonanza. Y Salomón le remitió una carta que manifestaba lo siguiente: «El rey Salomón a Hiram también rey. Sábete que a mi padre, que quiso construir un templo a Dios, se le prohibió hacerlo a causa de las guerras y sus continuas expediciones militares, ya que no paró de abatir a sus enemigos hasta que los hubo obligado a todos ellos al pago de tributos. Y yo, por mi parte, agradezco a Dios la presente paz y, como gracias a ello dispongo de tiempo libre, quiero edificar la casa en cuestión a Dios, ya que además Dios predijo a mi padre que ella seria obra mía. Por ello te ruego que envíes con los míos algunos súbditos tuyos al Monte Libano a cortar troncos de árboles, ya que en la corta de madera tienen más maestría los sidonios que nuestros hombres. Por otro lado, yo pagaré a los leñadores el sueldo que les fijes».
Hiram leyó la carta de Salomón y, alegrándose por su contenido, le contestó lo siguiente: «El rey Hiram al rey Salomón. Es justo bendecir a Dios por haberte concedido a ti el poder paterno, tú que eres un varón sabio y estás dotado de toda suerte de virtudes. Yo, por mi parte, contento por ello te prestaré todo el concurso a que te refieres en la carta. En efecto, cortaré numerosos y grandes troncos de cedro y ciprés, que por medio de mi gente bajaré al mar y, con una balsa que construyan los míos, les ordenaré que te los lleven por mar y los depositen en el lugar que quieras de tu país. Luego los tuyos los transportarán a Jerusalén. A cambio preocúpate tú de proporcionarnos trigo, del que estamos necesitados por habitar una isla».
Copias de estas cartas permanecen hasta el día de hoy, conservadas no sólo en nuestros libros, sino también en los de Tiro, de suerte que, si alguien quiere conocer los detalles precisos de ellos, no tiene más que pedir a los funcionarios encargados de los archivos tirios y encontrará que lo que allí consta concuerda con lo dicho por mí. Pues bien, digo esto porque quiero que mis lectores sepan que no decimos nada más que la verdad y que no pretendemos, intercalando en nuestra historia algunos elementos plausibles y atractivos que por su deleite lleven al engaño, escapar a toda verificación ni, por el contrario, exigimos de ellos una inmediata aquiescencia, mientras tampoco nos permitimos el derecho de resultar indemnes cometiendo el delito de eludir las reglas propias de la investigación histórica, sino que los invitamos a que no nos concedan aceptación alguna si no podemos evidenciar la verdad con una demostración y pruebas sólidas».
Y el rey Salomón, cuando le fue llevada la carta del rey de Tiro, aplaudió no sólo su entusiasmo, sino también su afecto, y le correspondió con la aportación del producto que aquél le había solicitado, suministrándole cada año veinte mil coros de trigo y otros tantos batos de aceite (el bato equivale a setenta y dos sextarios), y también de vino aportaba la misma cantidad. Y naturalmente con esto la amistad entre Hiram y Salomón aumentó todavía más y juraron que duraría durante toda la vida. Y el rey Salomón impuso al común de su pueblo una leva de treinta mil operarios, a quienes les hizo cómoda la tarea repartiéndola sagazmente. En efecto, hizo que una tanda de diez mil de ellos estuviera cortando maderas durante un mes en el Monte Líbano y que luego regresara a sus casas, donde descansaban durante dos meses, hasta volver a empezar las tandas una vez que los veinte mil habían cumplido la tarea durante el período de tiempo fijado. Luego ya la tanda de los primeros diez mil operarios volvía al trabajo al cuarto mes. El encargado de esta leva fue Adoram. Y de los extranjeros afincados en tierras hebreas dejados preparados por David a su muerte, eran setenta mil los que transportaban la piedra y los otros materiales, ochenta mil los talladores de piedra, y tres mil trescientos los que estaban al cargo de ellos. Y les había ordenado que tallaran piedras grandes para los cimientos del Templo, y que, ajustándolas y entrelazándolas primero en la montaña, luego ya las bajaran a la ciudad. Y esta era una tarea llevada a cabo no solamente por los constructores del lugar, sino también por los artesanos enviados por Hiram...
Salomón dejó listos estos edificios en una veintena de años, y como Hiram, rey de Tiro, le había aportado para su construcción mucho oro y más plata, y además también madera de cedro y de pino, también le correspondió con grandes regalos, enviándole todos los años trigo, vino y aceite, productos de los que Hiram estaba siempre más necesitado por habitar una especie de isla, como ya dijimos anteriormente.
Y, además de esto, le regaló también ciudades de Galilea en número de veinte, situadas no lejos de Tiro. Pero como Hiram las hubiera visitado y analizado y le desagradara este regalo, por unos emisarios que envió a Salomón le dijo que no necesitaba ciudades. Y desde entonces este conjunto de ciudades fueron llamadas la Tierra de Cabalón, ya que la forma Cabalón traducida del fenicio significa no grato. Y el rey de Tiro transmitió a Salomón sofisterías y expresiones enigmáticas, rogándole que se las aclarara y lo librara de la incomprensión del sentido oculto en ellas. Y nada de ello se sustrajo a su habilidad y perspicacia, sino que, venciendo todas las dificultades con su inteligencia y captando la idea ínsita en ellas, se la manifestó”. Flavio Josefo, Ant. Jud., VIII, 50 ss.

Los Anales de Tiro:
“A estos dos reyes los menciona también Menandro, quien tradujo los archivos tirios del fenicio al griego, expresándose al respecto así: «A la muerte de Abibal le sucedió en el trono su hijo Hiram, quien de los cincuenta y tres años que vivió, reinó treinta y cuatro. Este levantó el Campoancho y erigió la columna de oro que hay en el templo de Zeus y, además, fue y cortó madera de los troncos del monte de nombre Líbano para los techos de los templos. Y, tras derribar los templos originales, construyó en su lugar otros nuevos dedicados a Heracles y Astarté, y fue el primero en celebrar la recuperación de Heracles en el mes de Peritio. Y emprendió una expedición militar contra los iticeos por no pagarle los tributos y regresó a su tierra tras imponérselos de nuevo. Durante su reinado vivió Abdemón, un niño demasiado joven, quien resolvía siempre los problemas que le propuso Salomón, rey de Jerusalén». Pero lo menciona también Dio expresándose en los siguientes términos: «Muerto Abibal, reinó su hijo Hiram. Este rellenó la parte de la ciudad que caía al Este y, así, agrandó la ciudad, y el templo de Zeus, que estaba aislado, lo enlazó con la ciudad tras rellenar el espacio intermedio, y lo embelleció con ofrendas de oro. Y, subiendo al Líbano, cortó madera para la construcción de los templos. Y se cuenta que Salomón, soberano de Jerusalén, propuso a Hiram enviarle y recibir de él enigmas, con la condición de que quien no fuera capaz de acertarlos debía pagar dinero al que los resolviera, y que Hiram estuvo de acuerdo en la propuesta, pero como no consiguiera resolver los enigmas se vio obligado a gastar una cuantiosa cantidad de dinero como pago, y que luego, gracias a un tal Abdemón, de Tiro, no sólo había conseguido resolver los enigmas propuestos, sino que él le presentó a Salomón otros más, y que éste, al no poder resolverlos, tuvo que pagar a Hiram, a su vez, cuantiosas sumas de dinero». Esto es lo que dice Dio”. Flavio Josefo, Ant. Jud., VIII, 144 ss.

El comercio de Tiro:
“Y se me dirigió la palabra de Yahvé, diciendo: Y tú, hijo de hombre, entona una elegía sobre Tiro, y di a Tiro: Oh tú, la asentada a la entrada del mar, que traficas con los pueblos por numerosas islas, así dice Adonai Yahvé: Tiro, tú te has dicho: Yo soy de perfecta belleza. En el corazón de los mares estaban tus confines; tus constructores hicieron perfecta tu belleza. Con cipreses de Senir te construyeron todas tus planchas; un cedro cogieron del Líbano para alzar en ti el mástil; de encinas de Basan hicieron tus remos. Tu cubierta fabricaron de marfil [incrustado] en boj de las islas Kittim. De lino finísimo recamado procedente de Egipto era tu vela para servirte de enseña, púrpura violeta y escarlata de las islas de Elisah formaba tu toldo. Los habitantes de Sidón y Arwad eran tus remeros; los más expertos, ¡oh Tiro!, que había en ti, eran tus timoneles. Los ancianos de Gebal y sus peritos actuaban en ti para reparar tus averías. Todas las naves del mar y sus marineros hallábanse en ti para importarte mercancías extranjeras. Gentes de Persia, Lidia y Put servían en tu ejército como guerreros tuyos; suspendían en ti escudo y yelmo; y te daban esplendor.
Los hijos de Arwad y de Helek guarecían tus murallas todo en tomo, y los gammadíes, tus torres: suspendían sus escudos alrededor de tus muros; ellos completaban tu hermosura. Tarsis comerciaba contigo en abundancia de toda riqueza: plata, hierro, estaño y plomo daban por tus mercaderías. Yawán, Tubal y Mesek traficaban contigo: esclavos y objetos de bronce entregaban por tus mercancías. De la región de Togammah entregaban por tus mercaderías caballos, corceles de silla y mulos. Los hijos de Dedán comerciaban contigo; muchas islas se hallaban bajo la dependencia de tu comercio, portándote como tributo colmillos de marfil, maderas de ébano. Edom comerciaba contigo por la abundancia de tus productos: rubíes, púrpura roja, recamados, lino fino, corales y carbunclos daban por tus mercaderías. Judá y el país de Israel traficaban también contigo: trigo de Minnit, perfumes, miel, óleo y bálsamo daban por tus mercancías. Damasco comerciaba contigo, por la abundancia en toda riqueza, con vino de Helbón y lana de Sahar.
Wedán y Yawán, desde Uzal, entregaban por tus mercaderías hierro forjado; canela y caña aromática figuraban en sus transacciones. Dedán traficaba contigo en sillas de montar. Arabia y todos los príncipes de Qedar se hallaban bajo la dependencia de tu comercio, traficando en corderos, cameros y machos cabríos. Los mercaderes de Sebá y Ra'mah comerciaban contigo: el más calificado bálsamo y toda clase de piedras preciosas y oro daban por tus mercaderías. Harán, Kanneh y Eden, así como los mercaderes de Sebá, Assur y Jilmad, comerciaban contigo, traficaban contigo en vestidos de lujo, mantos de púrpura violetas y bordados abigarrados, tapices multicolores, cuerdas sólidamente trenzadas. Las naves de Tarsis en tu mercado constituían tus caravanas comerciales.
Te hiciste así rica y opulenta en extremo en el corazón de los mares. Por medio de vastas aguas te condujeron tus remeros, el viento de levante te ha destrozado en el corazón de los mares. Tu fortuna y tus mercancías, tus artículos de importación, tus marineros, tus pilotos, tus calafates, tus importadores de artículos importados y todos tus guerreros que había en ti y toda la comunidad que existía en medio de ti caerán en el corazón de los mares el día de tu ruina...
Cuando se desembarcaban tus mercaderías saciabas a pueblos numerosos; con la abundancia de tus riquezas y mercancías enriquecías a los monarcas de la tierra”, Ezequiel, XXVII, 1, 27-33.

El asedio de Tiro por Nabucodonosor:
“He aquí que yo traigo contra Tiro, por el norte a Nabucodonosor, rey de Babilonia, rey de reyes, con caballos, carros, jinetes y un gran número de tropas. A tus hijas que están tierra adentro, las matará a espada. Construirá contra ti trincheras, levantará contra ti un terraplén, alzará contra ti un baluarte, lanzará los golpes de su ariete contra tus murallas, demolerá tus torres con sus máquinas. Sus caballos son tan numerosos que su polvo te cubrirá. Al estrépito de su caballería, de sus carros y carretas, vacilarán tus murallas cuando entre él en por tus puertas, como se entra en una ciudad, brecha abierta. Con los cascos de sus caballos hollará todas tus calles, a tu pueblo pasará a cuchillo, y tus grandiosas estelas se desplomarán en tierra. Se llevarán como botín tus riquezas, saquearán tus mercancías, destruirán tus murallas demolerán tus casas suntuosas. Tus piedras, tus vigas y tus escombros los hundirán en el fondo del mar. Yo dejaré en silencio la armonía de tus canciones, no se volverá a oír el son de tus cítaras. Te convertiré en roca pelada, quedarás como secadero de redes. No volverás a ser reconstruida, porque yo, Yahvé, he hablado, oráculo del Señor Yahvé.
Así dice el Señor Yahvé a Tiro: Al estruendo de tu caída, cuando giman las víctimas, cuando hiena la carnicería en medio de ti ¿no temblarán las islas? Bajarán de sus tronos todos los príncipes del mar, se quitarán sus mantos, dejarán sus vestidos recamados Se vestirán de duelo, se sentarán en tierra, sin tregua temblarán y estarán consternados por ti”, Ezequiel, XXVI, 7-16.



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